Ya antes había escrito sobre este tema refiriéndome a la cantidad de ex alumnos y ex alumnas que han comenzado a aparecer en el último tiempo en mi vida. Muchos de la segunda mitad de los 70 y los 80 que, hoy día, hombres y mujeres, han testimoniado en sus saludos y recuerdos lo aprendido junto a este y otros profesores que se esmeraron por enseñar esperanza y compromiso a través de una experiencia educativa democrática, donde la libertad de expresarse y crear, el respeto y la aceptación de los otros y las otras, fueran la manera de relacionarnos.
Se les enseño a creer en un mundo más humano para todos y todas y, de alguna forma, los mensajes recibidos testimonian esa enseñanza y ese aprendizaje.
Sin embargo algo que ellos no supieron porque vine a descubrirlo mucho después. es que el modelo pedagógico así construído constituía para mí también un aprendizaje de mi propia experiencia escolar vivida en un internado, o más bien un hogar, como siempre lo he calificado. Una experiencia vivida en el Seminario Menor Claretiano de Talagante donde yo llegué con 13 años, en 1964, a un séptimo básico, y que debí abandonar el año 1969, cuando llevábamos un año en Santiago, asistiendo al Colegio Claretiano del paradero 9 de Gran Avenida.
Es mucho lo que podría hoy recoger como ideas inspiradoras de mi quehacer pedagógico que se desprenden de esa vivencia en el seminario menor, pero no es el motivo de estas líneas.
Hace una semana recibí una llamada de uno de mis compañeros de entonces y una invitación a juntarnos el 24 de noviembre en Talagante, en el mismo lugar que habitamos. No puedo describir las emociones que despertaron en mí ante esta perspectiva. Más aún cuando entre los convocantes hay efectivamente compañeros míos y unos muy cercanos.
Es posible que para mi se esté cerrando un ciclo que necesitaba de la presencia de mis compañeros niños y adolescentes. Con este encuentro estoy dando un salto en el tiempo que va mucho más atrás de lo que he podido ir en mi historia superando esta vez la barrera de 1973, año en que mi vida cambia radicalmente producto de la barbarie desatada en el país. Causas y azares me ubicaron en un lugar en que desde un comienzo, debí estar informado más que el común de la gente de lo que estaba ocurriendo en el país. Por muchos años debí conocer mucho dolor y aprendí a convivir con la presencia de la muerte. Eso produjo un daño que me ha costado reparar. Por eso digo que este encuentro, de alguna manera, cierra un ciclo en mi vida. Es el primer contacto con amigos a quienes no veo desde antes de 1973.
No me queiro adelantar a las emociones que viviré allí. solo decir que ya el escuchar en el teléfono o leer a mis mejores amigos de entonces me ha hecho evocar los sueños de entonces y descubrir que no se distinguen tanto de los que tengo ahora.



